Líder autoritario o tirano sin más para media humanidad, leyenda revolucionaria y azote del imperialismo yanqui para los más desposeídos y la izquierda militante, Fidel Castro era el último sobreviviente de la Guerra Fría y seguramente el actor político del siglo XX que más titulares acaparó a lo largo de sus 48 años de mando absoluto en Cuba.
Estrenó su poder caudillista el 1 de enero de 1959 tras derrocar a tiro limpio al régimen de Batista. Ni siquiera en el ocaso de su existencia, después de que una enfermedad lo apartó del Gobierno en 2006, desapareció su influencia en una isla que siempre se le quedó pequeña, pues Castro la concebía como una pieza más de ajedrez en la gran partida de la revolución universal, su verdadero objetivo en la vida. Su muerte, cuando los rumores sobre su mala salud eran cada vez mayores, fue confirmada por su hermano Raúl a través de la televisión pública.
Castro tenía 90 años al fallecer. Pero tras incontables muertes periodísticas anunciadas desde Miami, además de 650 intentos frustrados de atentado, incluidos planes de la CIA con batidos de chocolate con cianuro y trajes de bucear rociados con bacterias asesinas, puede decirse que el fallecimiento real del líder cubano ya casi ni es noticia.